“Abril: eco de libertad y memoria de una revolución”
Por Patricia Rosado
Crecí
rodeada de libros. Mi hogar fue, y aún es, un refugio de letras, ideas y
memorias. Aunque en mi niñez no fui entusiasta de los textos históricos, algo
me quedó muy claro con el tiempo: el pasado, nos guste o no, siempre vuelve. Y
como bien reza el dicho: “quien no conoce su historia, está condenado a
repetirla”. Por eso, hoy quiero traer al presente un acontecimiento que, más
que una página de un libro, es una herida abierta, una llama de dignidad y un
espejo que nos interpela: la Revolución de Abril de 1965.
Hace
un tiempo leí el libro publicado por el Archivo General de la Nación
“Cronología: Revolución de Abril de 1965” del historiador Gerardo Sepúlveda, y
gracias a muchos documentales que he visto en los últimos años, he podido
acercarme más críticamente a los hechos. Este texto ofrece una línea temporal
precisa y clara de los sucesos que marcaron la lucha del pueblo dominicano por
el restablecimiento del orden constitucional y la soberanía nacional, frente a
un contexto de represión interna y una intervención extranjera. Sepúlveda
detalla no solo las fechas y los actores, sino también las tensiones sociales
que venían gestándose desde antes, y cómo el espíritu rebelde de abril de 1965
fue el resultado natural de años de exclusión, autoritarismo y desigualdad.
Lo
que ocurrió entre el 24 de abril y el 3 de septiembre de aquel año no puede
verse como un simple conflicto armado. Fue una expresión profunda del anhelo de
libertad, de justicia, y sobre todo, de autodeterminación. En pleno siglo XXI,
esta gesta nos deja un mensaje claro: el derecho a la dignidad y a la
democracia no se negocia, y cuando los pueblos se levantan unidos por una causa
justa, pueden mover los cimientos de cualquier estructura de poder.
Hoy,
casi 60 años después, seguimos enfrentando desafíos distintos pero similares en
su esencia: corrupción, desigualdad social, impunidad y una ciudadanía muchas
veces desmovilizada o desinformada. ¿Qué nos dirían los hombres y mujeres de
abril si vieran que aún hay dominicanos y dominicanas que viven con miedo, que
pierden la vida por reclamar derechos básicos, o que emigran porque sienten que
aquí ya no hay oportunidades?
Desde
esta mirada, la Revolución de Abril no es solo un recuerdo, sino una
advertencia. Un llamado a educarnos, a participar activamente, a no olvidar que
la historia no ocurre en abstracto: la historia la hacemos nosotros. Y aquí es
donde también quiero hacer una reflexión personal.
Tuve
el privilegio de crecer con un padre que es historiador, sociólogo y
antropólogo. Un hombre que todavía se emociona hablando de teorías, que subraya
libros con pasión y que puede pasar horas enseñando sin mirar el reloj. A su
lado, y gracias también a mi madre, educadora de espíritu libre, aprendí a
valorar el pensamiento crítico, el respeto por las ideas, y la belleza del
conocimiento. De papi heredé el amor por los libros y la escritura, de mami, la
espontaneidad del arte, el sentido de justicia y la valentía de ser libre.
Ellos sembraron en mí, y en mis hermanos, una raíz que no se rompe: la de la
educación como forma de resistencia y transformación.
Por
eso, aunque no fui fan de la historia en mis primeros años, hoy la reivindico
como una herramienta de conciencia. Leer historia dominicana, como la de Emilio
Cordero Michel, Roberto Cassá, Juan Bosch, Franklin Franco o Mu-Kien Adriana
Sang, no solo nos permite conocer los hechos, sino comprender sus causas,
consecuencias y conexiones con nuestro presente. Nos ofrece perspectiva para no
repetir errores y fuerza para imaginar un país distinto.
La
Revolución de Abril es parte de esa memoria que nos obliga a mirar con atención
lo que somos. Es un espejo roto, pero necesario. Recordarla no es vivir en el
pasado; es tener la dignidad de no olvidar.
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