ARTICULO: Nos quedamos sin ti

Por: Patricia Rosado

De un país herido por la violencia, te fuiste, Gregorio. Sin aviso, sin despedida, sin oportunidad de defenderte. Este martes del 10 de diciembre 2024, acercándose la media noche, te fuiste. Cuando viajabas desde San Juan de la Maguana hacia el aeropuerto, la violencia te arrebató la vida. Te mataron por el arma que llevabas, como si tu existencia valiera menos que un objeto en manos de delincuentes sin alma.

Me duele escribir esto, recordándote siempre servicial, siempre dispuesto a ayudar, siempre tan solidario. Un amigo incondicional, un padre amoroso, un maestro comprometido, un hombre de bien, un militar honrado.

Mientras las autoridades insisten en que “la delincuencia ha disminuido”, la realidad muestra otra cara, las calles cuentan otra historia: una teñida de sangre, miedo y desesperanza. No hay estadísticas ni cifras que puedan justificar la pérdida de vidas como la tuya. Cada muerte es una herida abierta en este país, una señal de que la seguridad está rota, de que el miedo sigue siendo compañero constante de quienes solo quieren vivir y trabajar en paz.

Te quitaron la vida sin darte la más mínima oportunidad. Dejaste a tus hijos sin padre, a tus alumnos sin guía y a tus amigos con un vacío imposible de llenar. El arma que pretendían robarte ahora estará en manos de criminales que no conocen la palabra “piedad”.

Diciembre, un mes que debería ser símbolo de esperanza y unión, se ha convertido en temporada de caza para los delincuentes. El esfuerzo de los trabajadores se vuelve botín de ladrones. El que se resiste, muere; el que no, también. Las avenidas y autopistas, especialmente en fechas festivas, se transforman en trampas mortales donde la ley parece estar siempre ausente.

La delincuencia ya no teme ni respeta; se pasea libremente mientras la ciudadanía vive con miedo. Nos han robado más que pertenencias: nos han arrebatado la tranquilidad, el derecho a sentirnos seguros y la esperanza de un futuro mejor.

La seguridad es una promesa rota. Nos dicen que “todo está bajo control”, pero nosotros vivimos otra realidad. Nos matan a plena luz del día, en cualquier esquina, en cualquier carretera. No importa quién seas ni cuánto bien hayas hecho en vida. Si te cruzas en su camino, te conviertes en otra estadística.

En el mismo momento en que los responsables de la seguridad nacional emiten declaraciones tranquilizadoras, en las calles reina la angustia. No hay patrullas suficientes, no hay operativos efectivos, y las cifras oficiales parecen meros papeles sin conexión con la realidad que vivimos cada día.

Nos quedamos sin ti, pero no sin memoria, Gregorio, me quedo con los recuerdos. Te imagino con tu patineta, con esa sonrisa franca que siempre llevabas. Me quedo con las conversaciones, las bromas, las tardes compartidas en el Estadio en San Juan. Me duele tu partida y la injusticia de saber que tus asesinos probablemente seguirán libres, mientras nosotros intentamos aprender a vivir sin ti.

Escribo con rabia y dolor, pero también con la esperanza de que tu muerte no sea en vano. Que se revisen esas cifras que nos venden como “menos delincuencia”, porque claramente parecieran no ser de este país, pareciera ser de uno donde la violencia no gobierna y donde los inocentes no son perseguidos por criminales que actúan con impunidad. Que haya justicia real y una seguridad que no sea solo promesa electoral. Proteger nuestras vidas no puede ser un favor del Estado; es su obligación.

Descansa en paz, amigo. Nos quedamos sin ti, pero no sin tu recuerdo. Aunque te hayan arrancado de nuestras vidas, siempre estarás presente en la memoria de quienes tuvimos el privilegio de conocerte y quererte.

Descansa en paz, Gregorio Ramírez Pineda.